miércoles, 16 de julio de 2025

Donde duerme el dios de los caminos y las hojas

 

Silvano vive aquí: lo sagrado oculto en los márgenes

Hay días en los que algo se mueve bajo la corteza de lo cotidiano. No suena ningún trueno, no hay desfile ni estandarte, pero una presencia antigua roza el aire. Es entonces cuando podríamos notar —si estuviéramos lo bastante quietos— que Silvano aún camina entre nosotros.

Silvano, dios de los bosques, de los campos sin amansar, de los lindes del mundo civilizado. Una deidad romana, sí, pero más vieja que Roma. No vivía en templos de mármol, sino en los troncos huecos, en la maleza, en la mirada inquieta de un ciervo que desaparece entre los árboles.

 

Torso de Silvano

Anónimo

Copyright de la imagen ©Museo Nacional del Prado


 

Un dios del límite

A Silvano se le invocaba donde el orden se diluye: en los márgenes. Allí donde termina el camino y empieza el misterio vegetal. Era protector de pastores, de animales salvajes, de árboles y de todo aquello que brota sin permiso. Su nombre viene de silva —bosque—, y todo en él huele a tierra húmeda, a resina, a viento que no sabe de fronteras.

A veces se le temía, porque era imprevisible. Como la naturaleza. Como lo salvaje. Pero también se le ofrecían ofrendas sencillas, porque sabía cuidar de quienes no pretendían dominarlo todo.

 


Fragmento de escultura, s II d. C. 

Mármol. Procede Torre Llauder.  Museo de Mataró.

 

Un culto sin calendario

A diferencia de otros dioses romanos, Silvano no tenía un solo día en el año. Su tiempo era cíclico, íntimo, ligado a los ritmos de la tierra. Se le celebraba con discreción, en rituales privados, entre árboles marcados como sagrados. Se decía que los lucus —bosques consagrados— eran sus dominios.

Quizá por eso, en ciertas épocas del año en las que la vegetación arde de vida y los campos vibran de calor y silencio, su presencia se hace más fuerte. No porque lo diga un calendario, sino porque el mundo natural lo susurra.


Hoy, Silvano no necesita estatuas ni incienso. Sigue viviendo en lo que se resiste a ser domesticado. En los márgenes de la ciudad, en los solares abandonados donde crecen zarzas con flores pequeñas. En los senderos no señalizados. En cada gesto que nos reconecta con lo vivo sin querer controlarlo.

En tiempos de hiperproductividad y ruido constante, Silvano nos ofrece otra cosa: pausa. Escucha. Desobediencia tranquila. El derecho a perderse. A estar. A mirar un árbol sin necesidad de nombrarlo.


Para invocar a Silvano, no hace falta nada más que atender. Un paseo entre árboles. Un rato sin prisa. Una mano sobre la corteza. Dejar que lo vegetal nos enseñe otra forma de tiempo. Quizá escribir, quizá guardar silencio. Quizá dejarse tocar por esa belleza que no busca explicación.

Silvano está ahí. No lo verás, pero puede que lo sientas. Porque donde haya un bosque —real o imaginado—, donde alguien cuide de lo salvaje, aunque sea dentro de sí, ese dios antiguo sigue respirando.

 

Fuentes 

Agència Catalana del Patrimoni Cultural. (s. f.). Escultura de Silvano. Visitmuseum. 

Autor desconocido. (s. f.). Laurenti divo: Faunus, Pan and Silvanus in Virgil’s Aeneid. Redalyc.

García, M. A. (2010). La religión romana en Hispania: cultos, templos y prácticas. Madrid: Ediciones Complutense.

Martínez, J. L. (2015). Silvano y las deidades rurales en la Península Ibérica. Anales de Arqueología Hispánica, 23(2), 45-68.