Afganistán: el fracaso institucional que todos miran… y toleran
Hay países que parecen condenados a vivir en el filo, como si su historia estuviera escrita siempre en presente continuo. Afganistán es uno de ellos. Pero no porque “su gente sea así”, como repiten los discursos simplistas que tanto convienen a las potencias, sino porque lleva décadas atrapado en el mismo torbellino: un fracaso institucional monumental, una retirada internacional vergonzosa, una guerrilla que aprendió a sobrevivir a base de paciencia y territorio, y una geopolítica global que prefiere parpadear antes que mirar fijamente lo que allí está ocurriendo.
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| Atribución: Ahmad Juliyanto |
La pregunta es incómoda, pero necesaria: ¿por qué aceptamos, toleramos o incluso normalizamos la realidad actual de Afganistán?
Y más aún: ¿por qué el mundo, tan moralista para unas cosas, tan hipócrita para otras, decide mirar hacia otro lado cuando se trata de este país?
Todo empezó —o más bien continuó— cuando Estados Unidos y la OTAN se marcharon en 2021 con la prisa de quien apaga la luz del pasillo sin comprobar si queda alguien en la habitación. Esa retirada, que se vendió como “cumplir acuerdos”, dejó tras de sí un país exhausto, un gobierno debilitado y un vacío de poder gigantesco. Un vacío que los talibanes, viejos conocidos, estaban preparados para ocupar con la eficacia de quien lleva años esperando ese momento.
Y aquí está una de las claves del desastre: no hubo un cierre, no hubo un traspaso, no hubo un final coherente. Hubo abandono.
Y cuando abandonas un país que depende estructuralmente de ayudas, de apoyo militar y de instituciones en construcción, lo que se viene abajo no es solo el gobierno: se viene abajo todo, desde las escuelas hasta la percepción básica de seguridad.
El fracaso institucional como herida abierta
“Un gato puede sentir el sol en la cara. Puede perseguir a una ardilla en el parque… Un pájaro puede cantar en Kabul, pero una niña no, y una mujer no puede hacerlo en público. Esto es extraordinario”, dijo Streep. “Esto es una supresión de la ley natural. Esto es extraño”.
Meryl Streep: Una ardilla tiene más derecho que una niña en Afganistan.
Y, la cruda verdad, sin instituciones no hay sociedad cohesionada, solo fragmentos de supervivencia.
Lo dramático es que ese fracaso no nació en 2021, solo culminó.
Décadas de guerras, invasiones, ocupaciones, gobiernos títere, corrupción interna y presiones externas fueron debilitando cada cimiento. El colapso no fue sorpresa; fue una consecuencia.
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| Atribución: Turo Jantunen |
¿Y el resto del mundo? El silencio cómplice
Aquí es donde la herida se convierte en pregunta filosófica y política:
¿Por qué el mundo tolera esta realidad?
Porque es útil.
Porque es incómodo intervenir.
Porque es más sencillo negociar con un régimen autoritario que enfrentarse a un Estado fallido del todo.
Porque Afganistán está en un lugar estratégico en el mapa, un cruce de intereses entre Rusia, China, Pakistán, Irán y lo que queda del poder occidental.
La comunidad internacional habla de “derechos humanos” mientras abre embajadas a medias, negocia rutas comerciales y firma acuerdos energéticos. El discurso es ético, pero la práctica es pragmática hasta la desvergüenza.
Un país que se convierte en advertencia
La realidad afgana es también un espejo: cuando las instituciones fallan, cuando la política internacional actúa con cálculos fríos, cuando la sociedad civil no tiene recursos para resistir, los extremismos se convierten en gobierno y lo absurdo se vuelve cotidiano.
Quizá por eso Afganistán no solo duele: interpela.
Nos obliga a preguntarnos por el papel del poder, de la responsabilidad histórica y de la indiferencia global. Nos recuerda que ningún país es inmune al colapso cuando las estructuras se rompen.
Y nos enseña —aunque no queramos— que la violencia institucional no siempre llega de fuera: a veces es la propia estructura quebrada la que engendra monstruos.
¿Qué queda, entonces?
Queda el testimonio.
Queda la mirada crítica.
Queda la obligación ética de no aceptar explicaciones simplonas ni discursos paternalistas.
Queda, sobre todo, entender que Afganistán no es un “fenómeno exótico lejano” ni un país condenado: es el resultado directo de decisiones políticas, de intervenciones fallidas, de intereses cruzados y de silencios sostenidos.
Si el mundo tolera su realidad, quizá no es porque no pueda cambiarla, sino porque no le conviene hacerlo.
Y esa, precisamente, es la herida que todavía supura.
Fuentes
https://cnnespanol.cnn.com/mundo/afganistan
https://www.amnesty.org/es/location/asia-and-the-pacific/south-asia/afghanistan/report-afghanistan/
https://www.consilium.europa.eu/es/policies/afghanistan-eu-response/
https://news.un.org/es/story/2025/08/1540318
https://www.eventole.com/es/eventos/barcelona/exposicion-la-mujer-en-afganistan-de-los-talibanes-de-puentes-por-la-paz/e/25751
Espacios de arte y Reflexión para esta publicación
Shamsia Hassani – shamsiahassani.net, Rada Akbar – perfil en Imaginart Gallery, Mariam Ghani – mariamghani.com, Lida Abdul – (ver su perfil en Wikipedia para acceso a referencias), Malina Suliman – Art Represent / biografía en Wikipedia, Farzana Wahidy – (figura en listas de artistas afganas, ver Wikipedia), Samira Kitman – (figura en listas de mujeres artistas afganas, según Wikipedia), Safia Tarzi – (también listada), Kubra Khademi – perfil en Galerie Eric Mouchet.


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