jueves, 30 de octubre de 2025

Mulhacén: la cumbre donde la historia susurra con el viento

Entre la niebla y la piedra, donde respira el reino de los Hacén 

 

Subir al Mulhacén no es simplemente caminar. Es dejarse arrastrar por un paisaje que respira siglos de historia, por un aire que guarda secretos de reyes y pueblos, por una luz que ha visto amanecer imperios. Con sus 3.479 metros, la montaña se erige como un coloso de piedra y nieve, testigo silencioso de la historia de Granada y de todos los que, desde tiempos inmemoriales, han buscado en sus cumbres un encuentro con lo eterno. 

El Mulhacén lleva el nombre de Muley Hacén (Abu l-Hasan Ali), rey nazarí que gobernó Granada entre 1464 y 1482, y padre de Boabdil, el último monarca nazarí. Muley Hacén fue un hombre atrapado entre la grandeza de su reino y la fragilidad de su poder, un padre que vio cómo su propio hijo le disputaba el trono y, finalmente, entregaba Granada a los Reyes Católicos. Su vida estuvo marcada por intrigas familiares, conspiraciones internas y la presión constante de un reino en declive. Se dice que murió en 1485, apartado del poder, y que sus restos descansan en algún rincón secreto de la Sierra Nevada, custodiados por la montaña que hoy lleva su nombre. Cada piedra, cada sendero del Mulhacén parece susurrar su memoria: decisiones difíciles, luchas de poder, tensiones familiares… un eco que aún vibra entre la nieve y la roca.

 

F. C.Vargas

 

A medida que avanzamos por sus laderas, la montaña nos habla. Los primeros rayos de sol dibujan sombras largas y doradas sobre los valles; la nieve se funde en un brillo que parece líquido, y los riachuelos centellean como hilos de plata entre los pedregales. Todo es movimiento y silencio al mismo tiempo: el viento acaricia la piel y nos recuerda que estamos caminando sobre historia viva, sobre un paisaje que ha visto nacer y caer imperios, que ha sido refugio y frontera, santuario y campo de batalla.


 
De camí

 

La Sierra Nevada que rodea al Mulhacén está tejida de memoria y cultura. Aldeas moriscas suspendidas en el tiempo, restos de fortalezas, caminos de pastores y tradiciones que sobreviven en las fiestas locales nos hablan de una tierra que ha sido testigo de conquistas, pérdidas, resistencias y encuentros. Cada sendero es una conversación entre la montaña y quien la recorre; cada ascenso, un diálogo íntimo entre nuestra fragilidad y la monumentalidad del mundo que nos rodea.

 

Mulhacén 3.479 metros. Mayo 2025

 

En la cima, el horizonte se abre como un océano de cielo y piedra. La bruma juega con la luz, y en ese instante uno siente la magnitud del tiempo, la levedad de la existencia y, al mismo tiempo, la fuerza que nos conecta con algo más grande. Allí arriba, la historia, el viento y la nieve parecen fundirse, y Muley Hacén, Boabdil, Granada… todos ellos se hacen presentes, susurrando desde la memoria de la montaña.

El Mulhacén es memoria que respira, historia que canta con el viento, mito y realidad entrelazados en cada roca, en cada sendero, en cada ráfaga de aire helado. Subirlo, contemplarlo, escucharlo… es tocar con las manos y los sentidos una de las cimas más altas no solo de España, sino del espíritu humano, un lugar donde la naturaleza y la historia se encuentran para recordarnos quiénes fuimos, quiénes somos y quiénes podemos llegar a ser.

 

Agradecimientos: A todo el equipo, Carlos, Àlex y Florence.

 

La Kabra loka

 

Fuentes: 

Patronato de la Alhambra y Generalife. (s.f.). Muley Hacén y Boabdil, últimos sultanes de Granada

Biografías y Vidas. (s.f.). Muley Hacén.

MCN Biografías. (s.f.). Abu l-Hasan Ali (Muley Hacén). 

lunes, 27 de octubre de 2025

Reflexión: China, Imperio sin corona, expansión sin fronteras

La Nueva Ruta de la Seda: China teje su imperio invisible

 

China no es solo un país: es una pulsación milenaria que se estira y se contrae entre el poder absoluto y la reinvención constante. Mientras Roma soñaba con dominar el Mediterráneo, el Imperio del Centro ya levantaba muros, escribía poesía y calculaba eclipses. Fue una civilización brillante, adelantada, pero también encerrada en sí misma. Cuando Europa salió al mar a conquistar el mundo, China prefirió mirar hacia dentro. Y perdió el ritmo.
 
 
 
Mapamundi según visión de China. F. Geografía Infinita

 
 
El siglo XX la sacudió como un terremoto. Invasiones, guerras, hambre. En 1949, Mao Zedong prometió renacer desde las ruinas y fundó la República Popular China. Lo que nació fue una dictadura implacable disfrazada de revolución. Mientras sus vecinos —Japón, Corea del Sur, Taiwán— se disparaban hacia el futuro, China vivía la pesadilla de la Revolución Cultural: millones perseguidos por pensar distinto, libros quemados, ideas prohibidas.
 
 
Imagen publicitaria de Mao Zedong

 
 
Pero la historia china tiene giros que parecen escritos por un novelista. En 1978, Deng Xiaoping cambió las reglas: abrió el mercado, invitó al capital extranjero y lanzó al país al vértigo del crecimiento. De pronto, el socialismo tenía rascacielos, fábricas y autopistas. En tres décadas, China pasó del hambre al consumo masivo. La pobreza se redujo, el PIB creció sin freno. Parecía el milagro del siglo. 
 
Sin embargo, cada milagro tiene su sombra. En 1989, los estudiantes de Tiananmen pidieron libertad y recibieron balas. El mensaje fue claro: la economía puede abrirse, pero el poder no se comparte. Desde entonces, el Partido Comunista gobierna con mano de hierro y rostro de modernidad. Cambian las fachadas, no las estructuras. 
 
Tank Man. Foto de Jeff Widener

 
 
En el siglo XXI, el dragón salió al mundo. Ya no conquista con ejércitos, sino con inversiones, tecnología y préstamos. La Nueva Ruta de la Seda es su imperio del siglo XXI: autopistas, puertos, ferrocarriles y deuda. Un dominio sin cañones, pero con contratos que atan más fuerte que las cadenas. China compra influencia, y el mundo, fascinado, vende independencia. 
 
Xi Jinping ha llevado esta visión al extremo. Nacionalismo en los discursos, vigilancia digital en las calles y censura en la red. Su régimen controla todo: desde los algoritmos hasta los pensamientos sospechosos. Es un poder que mezcla tradición imperial y tecnología futurista. Un emperador sin trono, rodeado de pantallas. La corrupción, que siempre ha sido un desafío, se gestiona mediante campañas periódicas de purga dentro del Partido: funcionarios son investigados, expulsados o sancionados, pero con frecuencia estas acciones reflejan luchas internas de poder más que una limpieza sistemática. La sociedad percibe la corrupción como un problema real, pero la respuesta oficial combina represión selectiva y medidas ejemplares para mantener la legitimidad y la disciplina política.

Y sin embargo, funciona. Ha sacado a millones de la pobreza, ha devuelto orgullo a una nación herida y ha tejido un poder que Occidente observa con una mezcla de miedo y admiración. Pero también ha profundizado la desigualdad, la corrupción y el silencio. Hong Kong y Taiwán son recordatorios vivos de que el control tiene fronteras, incluso en los imperios más grandes.

 

F. Independent español. Conmemoración 80 aniversario 2ªGM


Hoy, China no necesita conquistar: le basta con influir. Ya no exporta ideología, exporta dependencia. No impone ejércitos, impone normas. Es el imperio invisible del siglo XXI, hecho de datos, acero y diplomacia económica.

Más que un Estado, China es una idea: la de un poder que sobrevive a todo, que se adapta, que siempre vuelve. Un imperio sin corona, pero con una ambición que atraviesa siglos y fronteras. 

Y me pregunto, como historiadora acostumbrada a escudriñar el pasado: ¿y si lo que realmente importa es el futuro? Tal vez no ganen quienes disparan primero, sino quienes mueven los hilos en silencio, construyendo influencia, respeto y miedo con inteligencia más que con balas. Un poder que reescribe la historia desde la sombra y nos obliga a replantearnos todo lo que creíamos saber sobre imperios, conquista y grandeza.


  

Fuentes: 

Council on Foreign Relations. (2023)  China's Massive Belt and Road Initiative.

AP News. (2025, agosto 21). China and Pakistan foreign ministers agree to launch new economic corridor projects.

Sánchez, J. (2025). The State of China's Belt and Road Initiative.

Reuters. (2025, abril 29). China's Guangzhou port starts shipping route to Peru.

Pardo Sanz, R. M., & Sepúlveda Muñoz, I. (2023). Las claves del mundo actual: Una historia global desde 1989 (3.ª ed.). Editorial Síntesis.  

Sebastiá, I. (2020, 14 de abril). ¿Qué es la Nueva Ruta de la Seda china? El Orden Mundial.

Prieto, G. (2017, 16 de noviembre). Así ve China el mapa del mundo. Geografía Infinita.  

Gómez, A. (2019, 4 de junio). Tank Man: la historia del rebelde anónimo que desafió a un tanque en Tiananmen. Esquire España 

 
 
 
 
 
 

jueves, 23 de octubre de 2025

Reflexión: De la perestroika al putinismo: el péndulo ruso

De la crisis del sistema soviético a la nueva Rusia

 

La historia reciente de Rusia es un péndulo que se balancea entre la apertura y el control, entre el sueño de modernizarse y el miedo a perderse. En los años ochenta, Mijaíl Gorbachov agitó las aguas del viejo sistema soviético con dos palabras que hicieron historia: perestroika (reestructuración/apertura) y glásnost (transparencia). Quería oxigenar al gigante burocrático, abrir las ventanas y dejar entrar un poco de aire fresco para, así, conseguir el respaldo social perdido. Pero el aire se convirtió en vendaval, la Unión Soviética se derrumbó, el comunismo colapsó y millones de rusos se despertaron en un país nuevo, desorientado y empobrecido.
 

Mijaíl Gorbachov en una conferencia en Islandia, 1986, como Secretario General del Partido Comunista de la URSS, PCUS, desde 1985, hasta su presidencia de 1989 a 1991


La década de los noventa fue el laboratorio del caos. En los salvajes '90, Boris Yeltsin intentó convertir la economía planificada en capitalismo exprés, y lo que nació fue una oligarquía de conchabanza voraz. El país se llenó de nuevos ricos, viejos pobres y una sensación general de que la libertad había llegado sin brújula. En ese caldo de frustración y nostalgia, frente al adalid del chantaje, el mendigo de las ayudas exteriores, del desmadre y del alcohol, emergió un personaje discreto, de mirada fría y pocas palabras: Vladimir Putin. Prometía devolver el orden, la estabilidad y, sobre todo, el orgullo. Y lo hizo, aunque el precio fue alto.

 

Boris Yeltsin, expresidente ruso (1991-1999)

 

Putin supo leer el hartazgo ruso. Donde Gorbachov había ofrecido diálogo, él ofreció disciplina. Donde Yeltsin había traído descontrol, él impuso la verticalidad de un régimen híbrido, con fórmulas formalmente democráticas y homologables a las de Europa Occidental. Bajo su mando, los medios se alinearon, la oposición se apagó y la palabra “democracia” se volvió un eco tenue que, a ojos de quien sabe mirar, no es más que una fantasmagoría. El Kremlin volvió a ser el centro del universo ruso. La economía se sostuvo en el petróleo y el gas, los símbolos patrióticos regresaron y la política exterior se vistió de músculo frente a una Europa deseosa. Rusia dejó de querer parecerse a Occidente y empezó a definirse contra él, recuperando, ahora, su orgullo patria para subirse al pedestal de potencia internacional.


Vladimir Vladimirovich Putin actual presidente.
 

La perestroika soñaba con abrir Rusia al mundo; el putinismo se propuso blindarla frente a ese mismo mundo. Son las dos caras de una misma ansiedad histórica: el deseo de ser potencia sin dejar de ser Rusia. La invasión de Ucrania en 2022 no es un accidente, sino el clímax de esa lógica. Los territorios que se fueron, se pueden volver a coger! Moscú ya no habla el lenguaje de la cooperación, sino el de la revancha: un país que se siente herido, sitiado, pero orgulloso de su dureza, pese al costo humano y al sufrimiento que genera.

 

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En las Claves del mundo actual, Putin aparece como el hombre que sacó a Rusia del caos de los 90, imponiendo orden y orgullo nacional… pero a costa de la libertad. Controla medios, aplasta la oposición y desafía a Occidente, sosteniendo su poder con petróleo, gas y miedo. Rusia gana estabilidad, pero pierde oportunidades de democracia.

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En el fondo, Putin encarna el trauma de la perestroika: la sensación de que abrir fue sinónimo de perder. Su proyecto es una contrarreforma del alma rusa, una reconstrucción neoimperial del orden perdido a través del miedo, la fuerza y el control.
Y así, el péndulo sigue su curso: de la apertura a la clausura, del entusiasmo a la obediencia. Rusia, siempre entre el pasado que no acaba de morir y el futuro que no termina de nacer.

 

 

Fuentes de inspiración:

BBC News Mundo. (2022, 24 de febrero). Rusia invade Ucrania: las claves del ataque que sacude a Europa. BBC.

El País. (2023, 7 de marzo). La Rusia de Putin, veinte años después: estabilidad autoritaria y aislamiento internacional.

Álvarez-Ossorio, I. (2019). La Rusia de Putin: autoritarismo, poder y política exterior. Madrid: Los Libros de la Catarata.

González, E. (2022). Rusia en el siglo XXI: entre la continuidad y el cambio. Barcelona: Editorial UOC.

Pardo Sanz, R. M., & Sepúlveda Muñoz, I. (2023). Las claves del mundo actual: Una historia global desde 1989 (3.ª ed.). Editorial Síntesis. 

 



jueves, 9 de octubre de 2025

Reflexión: De Roosevelt a Trump: la paz como herramienta de poder

EE. UU., mediador o incendiario: la paz como espectáculo

Leo las noticias sobre el nuevo intento de paz entre Israel y Palestina y me cuesta no sentir una mezcla de cansancio y desconfianza. No porque no quiera creer —ojalá pudiera—, sino porque la historia ya me enseñó a no ilusionarme demasiado. Cada vez que Estados Unidos se presenta como mediador mundial, el guion suena familiar: la gran potencia que promete equilibrio, la foto de los líderes estrechando la mano, los discursos cargados de esperanza… y después, el silencio. El mismo silencio que deja la guerra cuando se disfraza de diplomacia.

Desde Theodore Roosevelt hasta Jimmy Carter o Bill Clinton, Estados Unidos ha sabido vender la imagen del pacificador, pero nunca ha dejado de ser parte del conflicto. Este nuevo proyecto de paz parece repetir el patrón. Hablan de reconstrucción, de cooperación, de futuro compartido, mientras siguen cayendo bombas sobre Gaza y la ayuda humanitaria no alcanza. Washington se ofrece como árbitro, y el mundo aplaude su esfuerzo diplomático, pero cuesta olvidar que muchas de esas bombas llevan su sello. 

 

Presidente Roosevelt

 

Esta estrategia, como explico, no es nueva: Theodore Roosevelt  (1901-1909),  inauguró la tradición al mediar en la guerra ruso-japonesa (1904-1905) y obtener el primer Nobel de la Paz para un estadounidense. Woodrow Wilson (1913-1921), con sus Catorce Puntos y la creación de la Sociedad de Naciones, encarnó el idealismo liberal tras la Primera Guerra Mundial. Décadas después, Franklin D. Roosevelt (1933-1945) y Harry Truman (1945-1953) diseñaron el nuevo orden mundial tras la Segunda Guerra Mundial —con la decisión de usar la bomba atómica como punto final y la Guerra de Corea, mientras Dwight D. Eisenhower (1953-1961) consolidaba la paz en Asia y extendía su influencia en Oriente Medio. El verdadero hito pacificador llegó con Jimmy Carter (1977-1981) y los Acuerdos de Camp David, modelo de mediación aún recordado. Bill Clinton (1993-2001) continuó esa línea en los Balcanes y con los Acuerdos de Oslo, aunque con resultados desiguales. En cambio, George W. Bush (2001-2009)  convirtió la intervención militar en su principal herramienta bajo el discurso de la “paz democrática”. Barack Obama (2009-2017) trató de recuperar la vía diplomática con el acuerdo nuclear con Irán, y Donald Trump (2017-2021)/(2024-actualidad) reconfiguró alianzas regionales con los Acuerdos de Abraham, logrando que varios países árabes normalizaran relaciones diplomáticas con Israel; y más recientemente ha sido anfitrión —o al menos promotor clave— del acuerdo de cese al fuego con Hamás, en el que ambas partes "parecen" aceptar la primera fase de un plan de paz que incluye la liberación de rehenes, retirada parcial de tropas israelíes y un intercambio de prisioneros, aunque esas medidas aún no resuelven los problemas estructurales de la cuestión palestina. 


Así, el papel de Estados Unidos como “mediador” se revela más como una constante escenificación del poder que como un verdadero compromiso con la justicia: cada intento de paz estadounidense está atravesado por intereses estratégicos, oscilando entre la búsqueda de estabilidad global y la preservación de su hegemonía. Sin duda, un márqueting perfecto!
 

No quiero sonar cínica, pero cuando escucho la palabra “paz” pronunciada por quienes financian la guerra, algo en mí se encoge. Me da la sensación de que la paz se ha convertido en una marca, un producto más que se negocia en despachos con aire acondicionado, lejos de los gritos y el polvo. Se vende la idea de que basta con firmar un papel para cerrar heridas que llevan generaciones supurando. Y cuando el negocio deja de ser rentable, se pasa página.

Recuerdo la euforia de los Acuerdos de Oslo. La foto de Arafat y Rabin con Clinton detrás parecía abrir una grieta luminosa en la historia. Pero esa luz se apagó pronto. Lo que quedó fue la ocupación, la desigualdad, la rabia, los muros cada vez más altos. Desde entonces, los intentos de reconciliación han sido como parches sobre una herida abierta. Estados Unidos siempre aparece sosteniendo la balanza con una mano mientras con la otra la inclina.

Quizá el problema no sea la diplomacia en sí, sino la hipocresía con que se ejerce. La paz se declama con solemnidad, pero raras veces se practica con honestidad. Si de verdad quieren un acuerdo duradero, deberían hablar menos de fronteras y más de reparación, memoria y justicia. Ningún tratado puede ser legítimo si ignora las vidas arrancadas, los desplazamientos forzados y el dolor cotidiano de quienes sobreviven bajo el peso de la ocupación.

Personalmente, me debato entre la esperanza y la lucidez. Espero que algo cambie, pero no puedo fingir que confío ciegamente. Tal vez la paz no se construya en los palacios presidenciales, sino en los hogares que siguen resistiendo. Tal vez llegue cuando los poderosos dejen de necesitarla como adorno moral y empiecen a entenderla como responsabilidad.

Hasta entonces, seguiré leyendo cada “proyecto de paz” con el mismo gesto: una ceja levantada, una pequeña chispa de fe, y la certeza de que, por ahora, la palabra paz sigue siendo más un deseo que una realidad.

 

Fuentes 

U.S. Department of State. (s.f.). The Oslo Accords and the Arab-Israeli Peace Process

U.S. Department of State. (s.f.). Camp David Accords and the Arab-Israeli Peace Process.

Wikipedia. (s.f.). Oslo Accords.

Carnegie Endowment for International Peace.

Institute for Middle East Understanding. (s.f.). Endgame Apartheid: The U.S.-Sponsored “Peace Process”

Reuters. (2025, 8 de octubre). Rubio to attend Paris meeting on Gaza transition, sources say.

The Guardian. (2025, 9 de octubre). First phase of ceasefire deal to end war in Gaza agreed by Israel and Hamas.

El País. (2025, 5 de octubre). Pax Trumpiana

El Diario. (2025, 3 de octubre). El mundo entero celebra el plan de Trump para Gaza: lecciones (no) aprendidas de los Acuerdos de Oslo.

El Diario. (2025, 9 de octubre). La intrahistoria del plan de Trump para Gaza: cómo se negoció en los pasillos.

El País. (2025, 9 de octubre). Israel y Hamás firman el acuerdo de paz, que entrará en vigor tras su firma

El País. (2025, 8 de octubre). La negociación indirecta entre Israel y Hamás sobre Gaza entra en una fase decisiva con la llegada de los mediadores de Estados Unidos.

ABC. (2025, 6 de octubre). Negociaciones entre Israel y Hamás para el plan de paz de Donald Trump.  

Infobae. (2016, 7 de octubre). Los 25 jefes de Estado que recibieron el Premio Nobel de la Paz.  

miércoles, 1 de octubre de 2025

Reflexión: La partida de ajedrez global. Geopolítica del s. XXI

Donde se juega el poder mundial 

La geopolítica del siglo XXI puede pensarse como una gran partida de ajedrez que se juega en tres tableros superpuestos. No se trata de compartimentos estancos, sino de niveles interdependientes donde se cruzan las estrategias de los estados, las fuerzas del capital y las dinámicas sociales que escapan al control de los gobiernos.

Este esquema revela un mundo en tensión permanente: en el tablero superior, la fuerza militar que asegura —o amenaza— la supervivencia de los estados; en el tablero central, la economía como verdadero motor de hegemonías; y el tablero inferior, un tablero social y cultural donde actores no estatales, desde periodistas hasta movimientos sociales, ponen en jaque a los poderes establecidos.

Fíjate bien en el tablero social y cultural porque aquí es donde los poderes tradicionales pierden el control. El ciudadano con un móvil, el periodista independiente, el movimiento social organizado pueden cambiar el curso de los acontecimientos más rápido que cualquier ejército o sanción económica. No subestimes este tablero: la narrativa y la percepción pública se han convertido en armas letales y quien ignore su fuerza se arriesga a quedar desbordado incluso siendo el más poderoso del mundo.

 

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El tablero militar: Hobbes y Clausewitz en el siglo XXI

El tablero superior, el militar, sigue respondiendo a la lógica hobbesiana del miedo y la desconfianza. Hobbes describía la vida en el estado de naturaleza, de supervivencia, como una guerra de todos contra todos, y aunque los estados intentan organizarse en alianzas y organismos internacionales, la sombra de la guerra sigue definiendo la política global.

La invasión rusa de Ucrania es el ejemplo más claro: un conflicto que combina artillería, drones y propaganda en el que Moscú busca reafirmar su poder en su Europa próxima y oriental. A miles de kilómetros, la tensión en el estrecho de Taiwán muestra que la competencia entre Estados Unidos y China no es solo económica: también es militar, con maniobras navales y despliegues estratégicos que recuerdan la lógica de la Guerra Fría. Y en Oriente Medio, el conflicto entre Israel y Palestina vuelve a enseñarnos que, como decía Clausewitz, “la guerra es la continuación de la política por otros medios”, solo que en este caso, los medios militares perpetúan la ausencia de paz. Cansados de ver cómo, cuando los estados no logran sus objetivos por la vía diplomática o negociadora, recurren a la fuerza militar como prolongación de sus decisiones políticas.

En este tablero, los misiles, los ejércitos y la disuasión nuclear siguen siendo el lenguaje más contundente de la geopolítica. Pero también el más frágil: un error de cálculo puede derivar en catástrofe global.

 

El tablero económico: Marx, Braudel y el poder del capital

El tablero central, el económico, es multipolar. Aquí ya no hay un único rey: el poder se reparte entre estados, corporaciones y fondos de inversión que condicionan las relaciones internacionales.

Karl Marx señaló que la historia está atravesada por las relaciones de producción. Hoy esa afirmación cobra nueva vigencia: la disputa entre China y Estados Unidos por los semiconductores no es un detalle técnico, sino el corazón de la soberanía digital. Sin chips no hay ejércitos modernos, ni inteligencia artificial, ni economía globalizada.

Fernand Braudel, con su idea de la “economía-mundo”, también ilumina este tablero: la Nueva Ruta de la Seda china, que extiende infraestructuras desde Asia hasta África y Europa, es un intento de reordenar el espacio global bajo un modelo económico alternativo al hegemonismo estadounidense. La dependencia energética de Europa respecto al gas ruso —visible hasta 2022— mostró cómo la economía puede ser usada como arma estratégica. Y en América Latina, países como Venezuela o Argentina se ven atrapados en dinámicas de deuda, inflación y dependencia de materias primas que los sitúan en posiciones frágiles dentro de esta partida global.

Aquí no se libran guerras abiertas, pero las sanciones económicas, los tratados de libre comercio o el control de recursos naturales funcionan como auténticas armas geopolíticas.

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El tablero social: Foucault, Arendt y la política de la verdad

El tablero inferior es quizás el más inquietante para los estados. Es el tablero de los actores no estatales: hackers, ONGs, periodistas, movimientos sociales y ciudadanos que desafían las narrativas oficiales.

Michel Foucault nos recuerda que el poder no es solo vertical, ni reside únicamente en el Estado: circula en redes, se infiltra en lo cotidiano y puede ser resistido desde abajo. Este tablero es, precisamente, el de la resistencia. Hannah Arendt subrayaba que la política solo puede sostenerse en la acción conjunta y en la palabra pública; cuando los estados pierden legitimidad, su poder se erosiona desde dentro.

Ejemplos sobran, Wikileaks reveló la cara oculta de la diplomacia estadounidense; Edward Snowden expuso el espionaje masivo de la NSA; las Primaveras Árabes demostraron que un hashtag podía desestabilizar dictaduras enquistadas; y en Irán, las mujeres que se rebelan contra la imposición del velo desafían la autoridad de un régimen teocrático. En Hong Kong, miles de jóvenes desafiaron a Pekín con protestas digitales y físicas que, aunque sofocadas, dejaron una huella en la conciencia global.

Este tablero es el que más temen los estados porque escapa a su control. Un vídeo viral de un bombardeo en Gaza o de una represión policial puede generar más indignación internacional que cualquier comunicado oficial. Aquí no mandan los tanques ni el dinero, sino la legitimidad y la capacidad de exponer verdades incómodas.

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Estos tres tableros no son independientes. Ucrania es un ejemplo paradigmático: se libra con tanques (militar), con sanciones y gas (económico), y con narrativas en redes sociales (social). Gaza también: bombardeos arriba, dinero y reconstrucción en el centro, imágenes de víctimas circulando abajo. Taiwán, aún en espera, concentra ya las tensiones de los tres niveles.

Quizás Antonio Gramsci tenía razón cuando hablaba de interregno: un tiempo en el que lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no termina de nacer. Los estados siguen apostando por armas y dinero, pero la batalla decisiva podría jugarse en el tablero inferior, donde la legitimidad y la transparencia pesan más que los cañones.

La paradoja de la geopolítica del siglo XXI es que, aunque los estados creen tener el control de la partida, cada vez son más vulnerables a movimientos inesperados. En este nuevo ajedrez global, un peón digital o un movimiento ciudadano puede dar jaque mate a un rey.

 

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La Flotilla de la Libertad no es perfecta, y está llena de tensiones. Pero quizá ahí radica su fuerza: en ser a la vez ayuda y protesta, gesto humanitario y acto político. No busca la comodidad de lo sencillo, sino la incomodidad de lo necesario.

Porque al final no se trata solo de barcos, sino de lo que representan: la voluntad de no rendirse al silencio. En medio de un mar de muros y bloqueos, la flotilla recuerda que la solidaridad puede navegar, y que, aunque sea frágil y vulnerable, sigue siendo un faro que ilumina la dignidad humana.

Tal vez ocurre que quien menos se mueve es quien más juzga, porque la acción ajena despierta el eco de lo que uno mismo no se atreve a hacer.

 

Fuentes 

BBC News. (2022, marzo 10). Cómo la dependencia energética de Europa respecto al gas ruso expuso vulnerabilidades estratégicas

The New York Times. (2021, diciembre 10). La geopolítica de los semiconductores: por qué Estados Unidos y China compiten por el control de los chips

Reuters. (2023, octubre 16). Leaders gather in China for smaller, greener Belt and Road summit.

Reuters. (2023, octubre 18). China's Xi warns against decoupling, lauds Belt and Road at forum.

Reuters. (2023, octubre 19). Taliban says plans to formally join China's Belt and Road Initiative.

Reuters. (2025, mayo 14). China, Colombia sign Belt and Road cooperation pact.

Universidad Nacional de Educación a Distancia. (2025). Las claves del mundo actual (Guía de estudio pública).  

Global Sumud Flotilla. (2025). Navegar a Gaza – Acción colectiva por Gaza

DW. (2025, 1 de octubre). Barcos de la flotilla fueron rodeados y son trasladados a Israel.  

BBC Mundo. (2025). Fuerzas de Israel interceptan a la flotilla internacional que intentaba llegar a Gaza con ayuda humanitaria