El beso que desnudó al poder y devolvió la historia
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“Господи! Помоги мне выжить среди этой смертной любви”(Gospodi! Pomogi mne vyzhit’ sredi etoy smertnoy lyubvi) Muro de Berlín |
Allí, en la East Side Gallery, el gesto que pretendía encarnar unidad se convierte en una radiografía brutal del poder… y en una trampa histórica de la que Honecker jamás podrá escapar.
En el contexto: el episodio original —Berlín Oriental, 1979— formaba parte del “beso fraternal socialista”, ese ritual oficial que intentaba exhibir lealtad ideológica y puño político. Pero Vrúbel, con una precisión casi quirúrgica, toma aquel gesto solemne y lo convierte en ironía visual. Lo que fue propaganda es ahora sátira. Lo que fue teatralidad diplomática se transforma en memoria crítica. Lo que buscaba unir, en el mural se deshace.
Y el título, sin desperdicio, dinamita pura: “Dios mío, ayúdame a sobrevivir a este amor mortal”. Una frase que parece arrancada de un melodrama y que, sin embargo, funciona como un disparo contra el discurso del socialismo tardío. Ese “amor” que debía sostener el sistema aparece retratado como una unión que ahoga, que presiona, que asfixia hasta el absurdo.
Pero hay algo más... algo aún más punzante.
La obra de Vrúbel es, al fin y al cabo, un homenaje-castigo. Y está dirigido directamente a Erich Honecker, el hombre que, en 1961, como secretario del Comité Central, fue el encargado de planificar y ejecutar el Muro de Berlín: el Muro de la Vergüenza. Un muro que no solo dividió familias y ciudades; costó alrededor de 200 vidas y dejó heridas a muchas más personas que intentaron escapar de un sistema que se proclamaba libertador.
La condena simbólica es casi poética: Honecker quedó inmortalizado en la misma pared que él ordenó construir. Su rostro, su gesto, su abrazo… atrapados para siempre en un muro que ya no separa, sino que denuncia un fragmento de la historia. Allí permanece, expuesto ante millones, convertido en recuerdo involuntario de aquello que quiso perpetuar.
En el contexto de la Perestroika y del derrumbe ideológico, el mural se volvió una pieza fulminante. Brézhnev y Honecker ya no son los guardianes de un proyecto histórico; son dos figuras atrapadas en un instante que revela la fragilidad del poder. El beso que debía reforzar un bloque se vuelve un epitafio político.
Hoy, quien camina ante esa pared no necesita explicaciones: el arte habla para quien le quiera escuchar. El arte recuerda. El arte ajusta cuentas.
Ese beso, exagerado y tenso, es el último acto de una tragedia política. El abrazo de un sistema en caída libre. Y el castigo final de un dirigente que decidió levantar un muro… y que terminó siendo pintado sobre sus ruinas.
Taylor, F. (2010). El Muro de Berlín. 1961–1989. Ariel.
Grieder, P. (2011). La República Democrática Alemana: Una breve introducción. Alianza Editorial.
Groys, B. (2016). La obra de arte total de Stalin. Caja Negra Editora.
Yurchak, A. (2015). Todo era para siempre, hasta que dejó de serlo: La última generación soviética. Ediciones Akal.
Vrúbel, D. (1990). ¡Dios mío, ayúdame a sobrevivir a este amor mortal! -Mural]- East Side Gallery, Fundación Muro de Berlín.

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