sábado, 6 de diciembre de 2025

Reflexión: Repensar Europa desde el Norte. Lecciones de un bienestar que resiste.

Donde el Frío Construye Calor: Una reflexión sobre Europa y el bienestar

 
Tras las sacudidas del siglo XX —guerras mundiales, bloques enfrentados, muros que se levantan y se derrumban, países que se rompen y otros que renacen— Europa ha imaginado muchos futuros posibles, pero pocos tan coherentes, estables y socialmente consensuados como el que construyeron los países nórdicos. Mientras Europa centro-oriental luchaba por desprenderse del corsé soviético y reinventar sus estructuras económicas y sociales, las sociedades escandinavas consolidaban un modelo de bienestar que, aunque sometido a tensiones globales, ha demostrado una resistencia y una capacidad adaptativa envidiables. Y quizá sea desde ese contraste —desde esa doble mirada entre la transición abrupta del Este y la estabilidad flexible del Norte— donde podamos repensar qué tipo de Europa queremos. 
 
 
Imagen de Oslo, Ópera y NoruegaDuszkolandia

 
Los países nórdicos —Dinamarca, Suecia, Finlandia, Noruega e Islandia— comparten una historia de cohesión cultural y política que, lejos de ser un simple relato identitario, se tradujo en instituciones sólidas, en una idea de ciudadanía basada en la responsabilidad compartida y en una concepción de lo público como el espacio común que garantiza la igualdad real. De ahí nace su famoso estado de bienestar, un sistema que no funciona como un premio ni como una limosna, sino como un derecho universal: salud, educación, vivienda, desempleo, apoyo a las familias… todo ello blindado por un sistema fiscal progresivo que redistribuye riqueza sin complejos y que entendió, mucho antes que el resto del continente, que la cohesión social no es un coste, sino una inversión estratégica. 
 
Mientras tanto, Europa del Este vivía un camino opuesto. La caída del Muro de Berlín abrió paso a una transición acelerada hacia la democracia y el mercado, un proceso marcado por la urgencia, la precariedad institucional y el vértigo de quienes habían vivido décadas bajo economías planificadas. La política cambió rápido; la economía, con más dificultad; la sociedad, con un coste enorme que todavía hoy explica desigualdades profundas, resentimientos acumulados y la posterior emergencia de fuerzas nacionalistas y euroescépticas. El contraste entre ambos procesos revela algo importante: los modelos sociales no se improvisan; se construyen, se cuidan y se sostienen en el tiempo, y cuando no existe una cultura política que los respalde, el desgaste es inevitable. 
 
 
 

Imagen del interior del Parlamento noruego. EFE


 
El estado de bienestar nórdico, con sus reformas constantes, sus ajustes frente a la globalización y sus críticas internas sobre eficiencia o competitividad, demuestra sin embargo un principio fundador: es posible combinar innovación económica con igualdad social. Sí, han deslocalizado industrias; sí, han flexibilizado sectores; sí, han repensado prestaciones y modulado ayudas; pero lo han hecho sin desmantelar el corazón del sistema. Y ahí reside su fuerza: no renuncian a la idea de que la protección social es el puente que conecta la estabilidad de hoy con la prosperidad de mañana. 
 
Europa centro-oriental, en cambio, ha tenido que construir su puente mientras lo cruzaba. La integración en la Unión Europea fue un impulso decisivo —infraestructuras, inversión, modernización administrativa—, pero no pudo borrar de un plumazo las fracturas sociales heredadas ni las tensiones identitarias que emergieron con violencia en lugares como los Balcanes. En el corazón de estos conflictos encontramos una pregunta que sigue abierta: ¿qué modelo de bienestar queremos para una Europa diversa, desigual y sometida a presiones globales cada vez más intensas? 
 
Y aquí vuelven los nórdicos, no como modelo idealizado, sino como referencia útil. No se trata de copiar sus políticas —cada país tiene su historia, su cultura política y su demografía— sino de comprender qué principios sostienen su éxito: confianza institucional, consenso político, fiscalidad solidaria, educación fuerte, protección universal y una ética laboral que combina derechos y corresponsabilidad. Un equilibrio delicado, sí, pero profundamente revelador. 
 
Quizá el gran desafío europeo sea este: aprender del Norte sin olvidar nuestras propias trayectorias. Apostar por sistemas de bienestar que no se erosionen con cada crisis, que no fragmenten a las generaciones jóvenes, que no marginen a los más vulnerables, que no permitan que la desigualdad se instale como norma. En definitiva, pensar Europa no sólo desde sus instituciones o sus mercados, sino desde su gente. 
 
Báltico y Escandinavia. Mapas-del-mundo.net

 
 
Porque, al final, la historia del continente —de sus rupturas y sus reconciliaciones, de sus muros y sus puentes— nos recuerda que una sociedad es tan fuerte como el bienestar que garantiza a quienes la habitan. Y si algo enseñan los países nórdicos es que el bienestar no es un lujo: es la arquitectura invisible que sostiene a largo plazo la prosperidad, la democracia y la cohesión. 
 
Mirar al norte, por tanto, no es una idealización; es una brújula. Y quizá, hoy más que nunca, Europa necesita una. 
 
 
Países nórdicos. Educaplay

 
 
Antón, A., & Muñoz de Bustillo, R. (Eds.). (2017). El estado de bienestar en el siglo XXI. Catarata.
 
Peltonen, M. (2010). El modelo nórdico: Una mirada desde el sur. Los Libros de la Catarata. (Imprescindible)
 
Kettunen, P., & Petersen, K. (Eds.). (2015). Modelos nórdicos comparados: Bienestar, trabajo y ciudadanía. Siglo XXI.
 
 
Harvey, D. (2007). Breve historia del neoliberalismo. Akal.
 
 
 
 
 

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