Vivimos tiempos extraños: la democracia, antaño celebrada como conquista universal, hoy se tambalea frente a nuestros ojos. Gobiernos elegidos democráticamente desmantelan las libertades desde dentro, mientras el autoritarismo se reinventa con algoritmos, propaganda y represión selectiva. Desde Washington hasta Budapest, desde Hong Kong hasta Caracas, las señales de alarma son claras. Ya no hacen falta tanques para destruir la democracia; basta con la apatía, la desinformación y el miedo.
A mi hijo.
Pintura del s. XIX de Philipp Foltz. El político ateniense Pericles pronuncia su famoso discurso fúnebre ante la Asamblea (1)
Pintura del s. XIX de Philipp Foltz. El político ateniense Pericles pronuncia su famoso discurso fúnebre ante la Asamblea (1)
El politólogo Samuel Huntington lo explicó con claridad: la democracia ha crecido en oleadas, como un mar que avanza y se retira. La primera gran ola comenzó en el siglo XIX, impulsada por la independencia de Estados Unidos (1776), la Revolución Francesa (1789) y la expansión del sufragio en Europa. Pero esa ola chocó contra los muros del fascismo, el nazismo y el comunismo, especialmente tras el ascenso de Mussolini en 1922, Hitler en 1933 y el estalinismo.
Tras la Segunda Guerra Mundial, entre 1945 y 1962, llegó la segunda ola democrática. Alemania Occidental, Italia y Japón adoptaron constituciones democráticas, y muchos países latinoamericanos experimentaron aperturas. Pero la Guerra Fría, los golpes de Estado —como el de Brasil en 1964, Argentina en 1976 o Chile en 1973— y el apoyo encubierto de potencias a dictaduras debilitó el impulso.
Entonces llegó la tercera ola, la más intensa. Empezó en 1974, con la Revolución de los Claveles en Portugal, que acabó con una dictadura de casi medio siglo. España inició su transición en 1975, tras la muerte de Franco. Grecia cayó la dictadura en 1974, y América Latina vivió una oleada de democratización: Argentina en 1983, Brasil en 1985, Chile en 1990. El colapso del bloque soviético entre 1989 y 1991 abrió paso a democracias emergentes en Europa del Este.
Todo parecía indicar que la democracia se convertiría en la norma universal. Más de 100 países se democratizaron en apenas dos décadas. Pero, desde 2005, algo comenzó a romperse.
Países como Hungría (con Viktor Orbán en el poder desde 2010) y Polonia (con el partido ultraconservador PiS desde 2015) comenzaron a socavar las libertades judiciales, los medios y los derechos civiles desde dentro del propio sistema democrático. Turquía, bajo el liderazgo de Recep Tayyip Erdoğan desde 2003, se transformó lentamente en un régimen autoritario con apariencia de democracia, especialmente tras el intento de golpe de Estado de 2016, que sirvió de excusa para purgar opositores y medios independientes.
En Estados Unidos, la democracia vivió uno de sus momentos más oscuros con el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021, tras meses de desinformación, teorías conspirativas y negacionismo electoral alentado desde la propia Casa Blanca. El país que se presentaba como “el faro de la democracia” quedó en evidencia ante el mundo.
China, por otro lado, ha perfeccionado un modelo de “autoritarismo digital” que combina vigilancia masiva, control de redes y represión selectiva. El caso de Hong Kong, donde la Ley de Seguridad Nacional impuesta por Pekín en 2020 prácticamente acabó con la libertad de prensa y reunión, es una muestra brutal de cómo los derechos pueden evaporarse en cuestión de meses.
Y si hablamos de América Latina, basta mencionar el colapso institucional de Venezuela desde 1999, el golpe parlamentario en Paraguay en 2012, o la creciente represión en Nicaragua desde el estallido social de 2018.
¿Qué está pasando? ¿Por qué retrocede la democracia en la era de la tecnología, cuando se supone que estamos más informados que nunca?
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Rafael Sanzio. (1509-1511). La Escuela de Atenas. Estancia de la Signatura, Palacio Apostólico Vaticano, Ciudad del Vaticano.
Porque la democracia es frágil. No es solo un sistema electoral: es una cultura, una forma de vivir, una práctica cotidiana. Sin educación crítica, sin ética pública, sin igualdad real, lo democrático se convierte en una máscara vacía que cualquiera puede usar para disfrazar el autoritarismo.
Y mientras tanto, el apoyo internacional a la democracia se ha vuelto tibio, oportunista o directamente hipócrita. Se invaden países en nombre de la libertad —como ocurrió en Irak en 2003— mientras se firman acuerdos con dictaduras si hay petróleo, armas o negocios de por medio.
Frente a todo esto, ¿qué nos queda? ¿Resignarnos? ¿Cínicamente aceptar que “todos los gobiernos son iguales”? No. Porque también hay resistencia, también hay jóvenes saliendo a las calles en Sudán, Irán, Colombia, Chile o Myanmar, incluso sabiendo que pueden acabar muertos, torturados o encarcelados.
La democracia no muere de un día para otro. Muere de indiferencia. Muere cuando dejamos de participar, cuando normalizamos el odio, cuando dejamos que nos convenzan de que votar no sirve, que pensar es inútil, que protestar es molesto.
Y sin embargo, sigue viva donde haya alguien que cuestione, que enseñe a pensar, que se organice, que defienda la libertad aunque duela. La democracia es una lucha diaria, no un trofeo que se guarda en una vitrina. Si queremos conservarla, debemos batallar por ella todos los días. Porque si no, un día nos despertaremos, y ya no estará.
«Nuestra
constitución se llama democracia porque el poder no está en manos de
unos pocos, sino de la mayoría. Todos somos iguales ante la ley en
nuestras disputas privadas; y, en la vida pública, preferimos al que
sobresale por su mérito antes que al que se impone por clase social.
[...] Amamos la belleza con sencillez y cultivamos el espíritu sin caer
en la molicie. Usamos la riqueza como medio, no como fin; y la pobreza
no es vergonzosa, si uno se esfuerza por superarla. (1)
«Nuestra constitución se llama democracia porque el poder no está en manos de unos pocos, sino de la mayoría. Todos somos iguales ante la ley en nuestras disputas privadas; y, en la vida pública, preferimos al que sobresale por su mérito antes que al que se impone por clase social. [...] Amamos la belleza con sencillez y cultivamos el espíritu sin caer en la molicie. Usamos la riqueza como medio, no como fin; y la pobreza no es vergonzosa, si uno se esfuerza por superarla. (1)
Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso, II, 37-40. Fragmento
Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso, II, 37-40. Fragmento
Fuentes
Grabacion:Paradojas en la democracia UNED
Huntington, S. P. (1993). La tercera ola: La democratización a finales del siglo XX (M. A. Álvarez-Rivadulla, Trad.). Barcelona: Paidós. (Trabajo original publicado en 1991).
Tucídides. (2001). Historia de la Guerra del Peloponeso (R. Martínez Lafuente, Trad.). Madrid: Alianza Editorial. (Obra original escrita hacia el 431 a. C.).
Levitsky, S., & Ziblatt, D. (2018). Cómo mueren las democracias (E. Gómez, Trad.). Barcelona: Ariel.
Freedom House. (2005–2024). Informes anuales sobre la libertad en el mundo
Pappas, T. S. (2021). Populismo y democracia liberal: Análisis comparativo y teórico (ed. en inglés, Oxford University Press; sin edición oficial en castellano, traducción del título hecha para referencia).
Urbinati, N. (2021). Yo, el pueblo: Cómo el populismo transforma la democracia (ed. en inglés, Harvard University Press; sin edición oficial en castellano, traducción del título hecha para referencia).
Mounk, Y. (2019). El pueblo contra la democracia: Por qué nuestra libertad está en peligro y cómo salvarla (R. Tobías, Trad.). Barcelona: Paidós.
González, F. J. (2021). La crisis de la democracia liberal: Desafección, populismo y desafíos globales. Madrid: Catarata.
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